martes, 14 de julio de 2009

Cuidado con lo que toman.

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Hace un par de años, fui con mi bienamada a cenar a un restaurante
de Canning. Ni el mejor ni el peor: un lugar con buenas intenciones
salpimentado con buenos desaciertos.

No me acuerdo qué comíamos pero sí qué tomábamos: Trumpeter Reserve (blend tinto de cabernet, malbec & tempranillo de Bodega
La Rural).

En la mesa de atrás mío había, no sé… cuatro matrimonios serían.
Treinañero tardíos, cuarentones tempranos. Como nosotros.

Ellas, desde su “rincón de la mujer de hoy”, conversaban de vayasaberqué acompañadas, seguramente, por aguas exóticamente saborizadas. Ni con gas ni sin gas.

Todo bien con ellas. El tema era ellos.

Hablaban gritando, compitiendo para imponer sus tesis del macho argentino.

El mozo, al que manoseaban verbalmente, ganó el privilegio de ser llamado con su nombre de pila. Más que mozo era un amigo.
Gran amigo y mejor esclavo.

Se quejaban: que se ahogaban; que si prendemos el aire, que si abrimos una ventana.
Que el hielo se acabó, que la carne está cruda, que el pescado tiene gusto pescado.

Yo no los podía mirar, porque estaban a mis espaldas.
Pero podía representarme un cuadro de la edad media, de hombres rudos en la taberna regando sus gargantas con… con qué?
Para confirmar mis sospechas, pregunté discretamente:

- Amor… Qué están tomando?
- Coca Cola.


Y mis sospechas fueron confirmadas.

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